TU VARA Y TU CAYADO
Algo que tenemos en común con toda la humanidad es que todos sabemos que nuestro paso por este mundo es efímero, la vida es corta y se acaba en algún momento. No podemos alargar los años de nuestra existencia por mucho que hagamos, pues como dice la Escritura “Acabamos nuestros años como un pensamiento… pronto pasan, y volamos” (Sal. 90:9, 10), y esto es porque “Los días de nuestra vida son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años” (Sal. 90:10). Así que, nuestro peregrinaje por este mundo sólo durará un breve tiempo. A lo largo de la ruta, y conforme van pasando los años las circunstancias de la vida, como el agotamiento y el desánimo, empiezan a estar cada vez más presentes y con mucha frecuencia decaemos al darnos cuenta de que tanto las cosas externas como las propias de nuestro ser pueden hacen que paremos abruptamente nuestro camino, o que tomemos una ruta diferente.
La imagen que David nos deja en la porción de este maravilloso Salmo es de gran valor. Él nos habla que Jehová, nuestro pastor, tiene en su mano el control de la “vara y el cayado”, dos instrumentos que usaban los pastores en la ardua tarea de cuidar a su rebaño. La vara era un bastón que se usaba para espantar a los animales salvajes. Nunca se usaba con las ovejas. Era un instrumento pesado, para protegerlas de los enemigos que pudiesen atacarlas. El cayado era un palo delgado con una curvatura en el extremo y se usaba para ayudar a las ovejas y librarlas de cualquier daño y, en ocasiones, también servía para disciplinar a la oveja dándole golpecitos a los lados de su cuerpo. Pues bien, en esta imagen debemos entender que la vara aleja al enemigo externo, Satanás que trabaja en coalición con el mundo, y el cayado aleja al enemigo interno que es el que batalla con nuestros pensamientos y la misma carne.
Nosotros los cristianos, tenemos una gran bendición porque el Señor nos alienta en cada paso que damos. De tal manera que cuando paramos a causa de los embates de los enemigos externos que nos acosan y amenazan, tenemos a nuestro lado al gran pastor de las ovejas alejándolos de manera contundente por medio de su vara. Y cuando volvemos a caer en las trampas de nuestra propia carne y sucumbimos ante las tentaciones generadas por nuestros propios pensamientos, el Señor nos da pequeños golpecitos con su cayado. Pero ¿cómo lo hace?
No podemos pensar que el Señor vendrá con una gran vara y un gran cayado como si se tratara de un gigante portentoso que aparece de repente frotando alguna especie de lámpara. Nada más alejado que esto. La Palabra del Señor, que es viva y eficaz está representada por estos utensilios mostrados en esta metáfora. Debemos recordar que “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Tim. 3:16). En esta expresión del apóstol podemos ver de manera más gráfica el uso de la vara y el cayado, pues la utilidad de las Escrituras aleja a nuestro enemigo, tanto al externo como al interno.
Cuando venimos a la Palabra de Señor, se hace realidad que esta “vara y cayado” nos dan aliento y confianza en la dirección de nuestro Buen Pastor. Así lo dice el salmista:
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