“No
améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el
amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de
la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la
voluntad de Dios permanece para siempre.” (1 Juan 2:14, 15)
Estamos viviendo situaciones
en el mundo, pero particularmente en nuestro país, que verdaderamente nos
sorprenden y entristecen. Por un lado, el coronavirus que no requirió de un permiso
de nuestras autoridades para entrar furtivamente a nuestras ya de por sí ajetreadas
vidas y por el otro las leyes que se aprueban para penalizar a los que intenten
apoyar a quienes quieran salir de una situación moral y anticristiana como la
homosexualidad, el lesbianismo y la gran variedad de conductas sexuales
prohibidas en las Escrituras. La Palabra del Señor nos advierte que debemos
tener muy bien definido nuestro concepto de lealtad que normalmente viene como
producto de una entrega total a las causas que se aman.
El amor que se menciona es un amor que
vincula, que causa una comunión íntima y una devoción leal. Es el amor que Dios
demanda en el resumen de la ley: “Amarás al Señor tu Dios … y amarás a tu
prójimo como a ti mismo”. Juan dirige su advertencia a aquella gente que ya
ha cambiado su lealtad y que ahora le otorga su atención total a los asuntos
del mundo, como los que enfrentamos en este tiempo. Les dice que dejen de amar
al mundo, que desistan de seguir con sus intereses mundanos. No está hablando
acerca de incidentes específicos tanto como el de un estilo de vida.
Cuando Juan habla de mundo debemos entenderlo en el sentido
de “sistema mundano de criterios y actitudes que se oponen, bajo el dominio de
Satanás, a todo lo que Dios y, por tanto, Jesucristo enseñan”. Juan no aconseja
que el cristiano abandone este mundo o que viva recluido. No enfatiza que el
cristiano se separe del mundo. En vez de ello, dice que el creyente debe evitar
amar al mundo entregándose a sus causas pecaminosas.
El que “Ama al mundo”, se apega a lo mundano, se enfrasca en las cosas del
mundo, se atiene a los criterios del mundo, entonces, “el amor del Padre no está en él”, esto es, resulta evidente que tal
sujeto no ama de veras a Dios. El amor por el mundo impide el amor por el
Padre. Santiago fue muy claro al expresar: “¡Oh almas
adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?
Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4).
Lo que
estamos viviendo como sociedad en este tiempo está reflejado en lo que Juan
dice: “los deseos de la carne, los
deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” y esto “no proviene del Padre, sino del mundo.” Como cristianos que amamos
más al Señor que al mundo, tenemos el compromiso de buscar la voluntad de Dios
y hacerla para permanecer siempre en comunión con él.
En su oración
sumo sacerdotal, nuestro Señor pidió al Padre: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes
del mal.” (Juan 17:15). Oremos al Señor para que nuestra entrega a él esté por encima de
nuestra simpatía por el mundo y, al hacerlo, que nos proteja del mal.
Tu pastor
EGT
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