SOY PROPIEDAD DE DIOS
Nuestro nombre y apellido definen nuestra pertenencia. De tal manera que cuando nos identificamos con el nombre propio, acompañado de nuestro apellido, de inmediato sabemos que somos de la familia fulana, o hijos del señor perengano. Por la gracia de Dios nacimos en el seno de una familia que nos dio identidad y con ella permanecemos toda nuestra vida.
Sin embargo, con Dios es más profunda e intensa nuestra identidad. El Señor no nos tiene catalogados por un código o número seriado debido a un proceso de producción masiva. Él nos pide que en medio de las crisis más severas no temamos. Cuando éramos pequeños, y pasábamos por una situación que nos provocaba miedo, la voz de nuestro padre al decirnos “no tengas miedo”, era consoladora. No era lo mismo que un extraño nos dijera: “No temas, niño”, a que nuestro padre nos dijera: “No temas, Edgar”. ¿En qué consistía la diferencia? Consistía en que el que me llamaba por mi nombre era quien me engendró, quien me crió. Con Dios es igual, pero más sublime. Él dice que es nuestro Creador, nuestro Formador y nuestro Redentor. Él es quien reclama para sí mi vida pues dice: “Mío eres tú”. Y soy tan suyo, y me conoce tan bien, porque precisamente es Él quien me puso nombre.
Hermanos, en medio de esta pandemia que nos ha traído tanta desgracia, no pensemos que Dios nos ha olvidado. Él sigue cuidando de nosotros. Dios siempre está presente … está íntimamente relacionado con nosotros, nuestro nombre está de continuo en su mente. Él dice: “No temas… te puse nombre, mío eres tú”.
Saber que le pertenecemos a Él es suficiente para confiar en su cuidado y dirección. Si andamos por el mundo como si fuéramos desconocidos de Dios, sería triste y lamentable nuestra vida. Debemos recordar con el Salmista:
EGT
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