EL FUERTE QUE SOPORTA AL DÉBIL
“Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación.” (Romanos 15:1, 2)
Si le preguntáramos a los hermanos de nuestra iglesia quiénes se consideran fuertes en la fe, quizá nos sorprendería que la gran mayoría dijera que lo son. Casi nadie diría algo como: ¡No hermano, yo en verdad soy débil! Una respuesta de esta naturaleza nos deja vulnerables y podríamos ser juzgados como poco espirituales y de un nivel espiritual inferior. Además, perderíamos la oportunidad de tomar alguna responsabilidad dentro de la iglesia por nuestra declarada “debilidad”, y experimentaríamos el alejamiento de los que forman parte del “primer equipo” de la iglesia. El fuerte se encumbra en su trono de superioridad, y el débil se inhibe y esconde en la miseria de su inferioridad ¡Qué escenario!
Sin embargo, debemos atender con solicitud el exhorto que el apóstol Pablo nos hace sobre este tema. Lo que Pablo dice aquí está alineado con su exhortación que encontramos en Gál. 6:2, “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Aquí, la expresión “sobrellevar”, no significa “tolerar”, o “soportar” dichas cargas o flaquezas. Ni tampoco significa “ser indulgentes” con ellos o “tenerles paciencia”. Más bien significa que tenemos que colocarnos junto al hermano con estas flaquezas y cargar junto con él su debilidad como si fuera nuestra también.
Si nosotros nos consideramos “fuertes”, tenemos un deber cristiano inapelable. Tenemos la obligación de comportarnos de una manera acorde con nuestro alto privilegio. Por eso debemos ayudar de un modo vigoroso, generoso y gozoso a las personas que son (en algún sentido) menos privilegiadas, “los débiles”. Esto significa que debemos dejar de agradarnos a nosotros mismos y, con una disposición cristiana, agradar a los demás siempre que esto nos lleve a todos una buena edificación cristiana. ¡Qué bien marcharía la vida de la congregación si tratásemos de agradarnos los unos a los otros!
El ejemplo supremo lo tenemos en Cristo. Si Él estuvo dispuesto a tomar para sí voluntariamente los vituperios de quienes lo vituperaban, ¿no debiéramos nosotros entonces estar dispuestos a sacrificar un poco de nosotros por amor a nuestros hermanos creyentes más débiles?
Estamos en un momento histórico en donde la fe de muchos se fortalece, pero la de otros se debilita. Ahora es cuando debemos cerrar filas para buscar de manera deliberada al que se está alejando del Dios de toda fortaleza y, sin “caerle encima”, ponernos junto a él y ayudarle a cargar su carga. Debemos “soportar las flaquezas de los débiles” y con esto “Cumplir así la ley de Cristo” (Gal. 6:2).
La meta de todo esto es:
“Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.” (Rom. 15:5, 6)
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