LA JUSTA MEDIDA


 

“Dos cosas te he demandado; No me las niegues antes que muera: Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios.” (Proverbios 30:7-9)

No es muy común escuchar en las oraciones de los creyentes peticiones que reflejen la condición humana de una manera tan honesta como la que vemos que hace el autor de este proverbio. Nuestras oraciones, normalmente, vienen cargadas de anhelos de bienestar y prosperidad. El proverbista tiene la necesidad de pedir al Señor dos cosas, que le conceda no mentir jamás, y a mantener una vida libre de los extremos que le plantea la vida misma.

Ahora, ante la situación de escasez que estamos viviendo con la falta de recursos económicos, algunas de nuestras oraciones se dirigen al Señor pidiéndole que nos provea del dinero necesario para seguir haciendo nuestra vida como antes. ¡Tenemos tantas cosas que pagar! ¡Tantos gastos que hacer! ¡Tantos gustos que satisfacer! Que entonces nuestra oración al Señor es de provisión económica, ¡sí o sí! Por otro lado, cuando tenemos nuestro ingreso asegurado, nuestros gustos satisfechos y una buena reserva en el banco; nuestra oración es escasa y nuestras ínfulas de autosuficiencia y arrogancia nos hacen creer que no necesitamos a Dios.

Debemos reconocer el peligro de los extremos, no solamente en lo que a dinero se refiere, sino a cualquier aspecto de la vida. Para los que andamos en Cristo una serie de realidades espirituales producen bendición en nuestra vida solamente cuando las vivimos en su equilibrio justo. Es decir, cada aspecto de nuestra vida encuentra su máxima expresión cuando es acompañado de un aparente opuesto que lo complementa.

No es para nosotros ajeno el hecho de que la extrema pobreza produce en las personas una desesperación que podría bien llevarlos a cometer el pecado que menciona el texto: salir a robar para darle de comer a la familia. Y no necesariamente a “mano armada”, sino en la vida cotidiana y de diferentes formas. Dejar de pagar el diezmo, por ejemplo, es una manera clara de este problema: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado… En vuestros diezmos y ofrendas” (Mal. 3:8). Normalmente los cristianos dejan de pagar su diezmo para “acompletar” para su sustento diario.  El autor pide a Dios que lo libre de la desesperación que puede llevarlo a este tipo de vida.

Pero también es evidente el peligro que trae la abundancia. Vivimos en una época en la cual la búsqueda del bienestar económico, como uno de los objetivos principales en la vida, se ha instalado en nuestra cultura. Algunas iglesias han elaborado su propia teología de la prosperidad y muchos, sin titubear, la han abrazado de todo corazón. El proverbio identifica, sin embargo, el verdadero peligro que existe en la abundancia: ¡los que mucho tienen, fácilmente se olvidan de Dios! No tenemos más que mirar la dureza espiritual de los países más prósperos de la tierra para darnos cuenta de cuán acertada es esta observación.

¿Cuál debe ser nuestra postura, entonces? Una vida en la que todo se dé en su justa medida, acompañada de una sentida y honesta petición al Señor que dure toda nuestra vida, estemos en la condición que estemos. “No me des pobreza, ni riqueza, mantenme del pan necesario” (v.8). El resultado de esta petición lo define el apóstol Pablo de una manera excepcional:

"Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:12, 13)

 EGT

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