¿ENCERRADOS, O REFUGIADOS?
“Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; Porque en ti ha confiado mi alma, Y en la sombra de tus alas me ampararé Hasta que pasen los quebrantos. Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece.” (Salmo 57:1, 2)
En el relato que leemos en este día podemos ver a David en una especie de confinamiento voluntario debido al peligro que le representaba la persecución tan vehemente que tenía de parte de Saúl. Parecía que no hubiera tregua para parar un poco en el afán de perseguir a David para matarlo, David sabía que en cualquier momento podía perder la vida, pero no se daba por vencido. Durante el tiempo de esa persecución llegó a decir: “apenas hay un paso entre mí y la muerte” (1 Sam. 20:3). Después de ser casi descubierto en Nob por uno de los siervos de Saúl, y por el rey de Gat cuando los siervos de Aquis notaron que David era de quien se decía “Hirió Saúl a sus miles, y David a sus diez miles” (1 Sam. 21:11), no tuvo más remedio que huir para auto confinarse en una cueva, la cueva de Adulam.
Es muy importante notar que esta especie de confinamiento fue voluntario de parte de David. Lo que le llevó a esa cueva fue resguardar su vida de la inminente muerte que le perseguía a cada instante. Cuando se enteró su familia y alrededor de cuatrocientos hombres que estaban afligidos, endeudados y que se hallaban en amargura de espíritu del auto confinamiento de David, se unieron a él para enfrentar juntos los peligros que les representaba la persecución del rey en turno, Saúl.
Sabiéndose vulnerable, pero a la vez refugiado, David escribe este maravilloso Salmo mientras está “guardado” en esta reconfortante cueva. Es ahí en donde puede reflexionar y concluir que su alma confía plenamente en su Señor. Es ahí, en este aparente encierro voluntario que experimenta el amparo de su Dios con la hermosa metáfora de “la sombra de tus alas”. Es durante esta circunstancia que puede clamar al Dios Altísimo y concluir que es él quien le favorece y que será ese portentoso Dios quien le salvará de la infamia de quien le acosaba.
Amados hermanos, la situación que vivimos en ese tiempo, y seguramente lo vivieremos en otros tiempos, debe tomar un matiz distinto. No es lo mismo que hablemos de que estamos “confinados”, “encerrados”, “recluidos”, “guardados” e incluso “encarcelados”, a que hablemos de que estamos “refugiados”. La manera de expresar nuestra condición es la forma en que la enfrentamos. Si hemos pensado que estamos “encerrados” o “confinados”, entonces hay desesperación, queja, depresión, ansiedad, etc. Pero si, como David, hablamos de que estamos “refugiados” o “amparados”, entonces podemos entender que esta situación de estar en casa en una maravillosa oportunidad para reconocer la misericordia de Dios y de sentirnos amparados “bajo la sombra de sus alas hasta que pasen los quebrantos”.
Así que, amados hermanos, haber estado en casa no fue tan terrible como un “encierro”, sino que fue tan gratificante como un “refugio”. Recordemos lo que David escribió en otro Salmo, y alimentémonos de su contenido:
“Jehová será refugio del pobre, refugio
para el tiempo de angustia. En ti confiarán los que conocen tu nombre, por
cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron.” (Salmo 9:9, 10)
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