“Y aconteció que cuando oyó Elisabet
la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena
del Espíritu Santo… Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis
oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.”(Lucas 1:41, 44)
El día de mañana la Suprema Corte de Justicia de la
Nación abordará el tema de la despenalización del aborto. Alrededor de este
asunto hay muchas opiniones que se encuentran entre sí y al confrontarlas se
enardecen los ánimos y se polarizan las discusiones. Uno de los temas más
recurrentes es la percepción que se tiene sobre el ser que fue concebido y el
momento en que ese ser ya es una persona con todos los atributos de un ser humano.
Por otro lado, en el juego de palabras que usamos para referirnos a las cosas
en general está nuestra inclinación, y en el uso de las expresiones
justificamos nuestras acciones. Si una persona llama al ser engendrado “feto” o
“embrión”, se aleja con desdén de la idea de que a quien se refiere es un ser
vivo y despersonaliza a este ser usando de manera peyorativa estos términos,
que por cierto tienen su valor en la ciencia. Sin embargo, cuando nos referimos
al ser engendrado como “bebé” o “criatura” expresamos nuestra convicción,
personalizamos al que esté en el vientre materno y defendemos su derecho de vivir.
Para los que somos cristianos, las Escrituras
dirigen nuestras convicciones, establecen nuestra fe y dirigen nuestros actos.
El Espíritu Santo que nos dirige a toda verdad, nos habla a través de la
Palabra y nos muestra la verdad de la vida. En el episodio cuando María visita
a Elizabeth es muy significativo notar que el ser que habita en Elizabeth está
vivo, tienen una reacción emocional, tomó una decisión movido por la voz de
María que viajó hasta llegar a los oídos del bebé que estaba en sus entrañas, y
mostró un estado de ánimo pues “saltó de alegría”. Ella lo experimentó
así, tuvo una experiencia viva de la presencia de una criatura en su vientre, y
se gozó sobremanera.
El ser que había en una mujer embarazada tiene vida
desde el momento de la concepción y de esto Dios se hace responsable. Él fue
quien así quiso que fuera y no debemos ir en contra de eso. David, reflexionando
sobre la Omnisciencia de su Dios, expresa con inspirada convicción: “Porque
tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre” (Sal.
139:13). No sólo eso, sino que además nos hizo con propósitos definidos desde
ese momento, y no cuando ya aparecemos en el escenario de la vida. Dios le dijo
a Jeremías: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que
nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jeremías 1:5).
De ninguna manera podemos simpatizar con el aborto.
Hacerlo sería tanto como atacar a Dios. Él es quien da la vida y no podemos ir
en contra de esa verdad. Si el ser humano fuera el dador de la vida, tendría
todo el derecho de quitarla, pero no; la Palabra expresa que: “Dios nos hizo
y no nosotros a nosotros mismos” (Sal. 100:3). No sólo debemos tener esta
convicción, sino que debemos defenderla. Nuestra adhesión no es con
organizaciones sociales o religiosas, es con el Dios Todopoderoso creador del
cielo y de la tierra.
No permitamos que pase por nuestra mente el pensamiento
progresista y liberal de que asesinar a un bebé en el vientre de su madre es un
derecho. No lo es. Debemos orar y pronunciarnos ante el mundo en favor de la
vida que Dios provee y mostrar con nuestros hechos que nuestra alianza es con
el Dios de Israel.
EGT
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