“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana
doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a
sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a
las fábulas.” (2 Timoteo 4:3, 4)
Cuando era pequeño me gustaba ir a la “kermés” que se organizaba en la
escuela o, en ocasiones, en la iglesia. Podía recorrer el lugar y escuchar la
invitación de quien ofrecía alimentos típicos mexicanos, o dejarme seducir por
los emocionantes juegos que me invitaban a explotar globos con pequeños dardos
o lanzar aros con la intención de que atinaran a las botellas. Cada puesto me
invitaba a participar en su oferta y de repente había momentos de indecisión
para resolver a quien oír y a quién acudir.
En estos tiempos de semi aislamiento, en los que no podemos asistir a
la iglesia por causa de esta pandemia, los medios digitales se han convertido
en el gran patio en el que se ha instalado una especie de “kermés” de
proclamadores de verdades espirituales profundas. De esta manera encontramos el
puesto del predicador liberal que satisface nuestros oídos con su proclamación
razonada, lógica y llena de conceptos intelectuales poco entendidos, y que nos
convence cada vez más que la Biblia tiene errores que él puede corregir por su
instrucción académica. Por otro lado, está el puesto del predicador alegórico y
humanista que tiene una gran capacidad de espiritualizar todo lo que encuentra
a su paso en la Biblia para darle un sentido oculto que satisfaga nuestros
oídos necesitados de apapachos y retos para vencer. En un puesto más,
encontramos al predicador “standopero” que no necesita de la Biblia pues
nos divierte muchísimo con sus anécdotas y nos mantiene al pie de la banca
esperando la siguiente anécdota que, muy seguramente, nos alegrará el corazón.
En otro rincón está el predicador posmoderno y antropocéntrico que ha llenado
su puesto de muchos adornos llamativos con luces de muchos colores y que
proclama la capacidad que tiene el hombre para encontrar las respuestas de la
vida dentro de sí mismo y nos convence que somo hijos de un Rey que hace que
merezcamos todo lo que anhele nuestro corazón.
El apóstol Pablo le advirtió a Timoteo. “Llegará el tiempo en que la
gente no escuchará más la sólida y sana enseñanza. Seguirán sus propios deseos
y buscarán maestros que les digan lo que sus oídos se mueren por oír” (v. 3
NTV). No cabe duda de que esa advertencia ha tomado su lugar en nuestros
días. En medio de esta crisis, las personas están ávidas de oír cosas que
satisfagan sus oídos y que complazcan sus deseos más internos. La “kermés” de
predicadores está a la orden del día y cada uno se acomoda en lo que piensa que
necesitamos oír, sentir y relajarnos. El gran riesgo de esta costumbre es que
estamos llegando al punto de que la gente “Rechazará la verdad e irán tras
los mitos” (v. 4). Ahora enfrentamos con tristeza a personas que defienden
más la mentira que han querido escuchar y se alejan de la verdad para ir tras
los “hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe” (2 Tim
3:8). Estas cosas que vivimos son parte de los “postreros días y tiempos
peligrosos” (2 Tim. 3:1) que anunció Pablo a Timoteo.
Debemos tener nuestros oídos prestos para recurrir al sitio donde se
predique la palabra pura, esa Palabra que nos puede hacer sabios para la
salvación por la fe en Cristo Jesús. Esa Palabra que es útil para enseñarnos,
hacernos ver lo que está mal, corregirnos cuando estamos equivocados e
instruirnos para hacer lo correcto.
La proclamación pura de la Palabra es la única que puede hacer al
hombre perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. Huyamos del
mercado de predicadores alejados de las verdades bíblicas, y vayamos con gozo
al manantial de la predicación pura.
EGT
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