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LA EXPERIENCIA DE LA DERROTA

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  “Y Jehová dijo a Josué: levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro?” (Josué 7:10)   No conozco a nadie que le guste perder. Nunca he escuchado un grito eufórico de alguna persona o equipo que al experimentar la derrota exclamé ¡Sí, perdimos! ¡Yei!, y se abracen unos a otros con gran alegría. Las derrotas son muy serias para nosotros y cada vez las experimentamos más continuamente. Planeamos algo y no nos sale, invertimos y perdemos, tomamos los asuntos en nuestras manos y somos derrotados. No hemos sido preparados para vivir con el fracaso. Incluso nuestro lenguaje cristiano nos demanda que avancemos de victoria en victoria, sin embargo, cuando experimentamos la derrota en proyectos personales o grupales, el valor que tenemos de nosotros mismos se ve afectado y con mucha facilidad nos llenamos de cenizas, rasgamos nuestras vestiduras y nos metemos en una situación de desánimo y pesimismo.   En el pasaje de referencia vemos a los israelitas eufóricos por el tremendo triunf

LA SUFICIENCIA DE LAS ESCRITURAS

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    “La ley del Señor es perfecta, que restaura el alma; el testimonio del Señor es seguro, que hace sabio al sencillo. Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón; el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos. El temor del Señor es limpio, que permanece para siempre;  los juicios del Señor son verdaderos, todos ellos justos.” (Salmo 19:7-9 LBLA)   Con frecuencia buscamos algo que cubra nuestras necesidades emocionales, le dé dirección a nuestra vida, nos genere contentamiento y nos instruya con sabiduría. Para cada una de estas necesidades recurrimos a fuentes y disciplinas diversas. Para nuestra necesidad emocional podemos recurrir a la psicología, para obtener dirección de nuestra vida no hay mejor cosa que los libros de autoayuda o un buen curso de “coaching”, para alegrar el corazón tenemos una variedad de recursos que van desde una buena película inspiradora hasta un logro profesional o económico y para tener una instrucción precisa acerca de nuestro

EL MERCADO DE PREDICADORES

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  “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2 Timoteo 4:3, 4)   Cuando era pequeño me gustaba ir a la “kermés” que se organizaba en la escuela o, en ocasiones, en la iglesia. Podía recorrer el lugar y escuchar la invitación de quien ofrecía alimentos típicos mexicanos, o dejarme seducir por los emocionantes juegos que me invitaban a explotar globos con pequeños dardos o lanzar aros con la intención de que atinaran a las botellas. Cada puesto me invitaba a participar en su oferta y de repente había momentos de indecisión para resolver a quien oír y a quién acudir.   En estos tiempos de semi aislamiento, en los que no podemos asistir a la iglesia por causa de esta pandemia, los medios digitales se han convertido en el gran patio en el que se ha instalado una especie de “kermés” de proclamadores de verdades e

NO SE AFANEN

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  “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6:25)   La situación en la que vivimos no parece cambiar y, en lugar de ver una mejoría, todo parece que las cosas irán peor en muchos sentidos. La economía podría paralizarse y con esto nuestro poder adquisitivo disminuiría, cada vez costaría más trabajo satisfacer nuestras necesidades primarias como comer, beber o vestirnos y nuestro nivel de vida se iría disminuyendo. Esto nos traería problemas con los pagos recurrentes que tenemos y que no pueden parar y el escenario de una inminente pobreza a causa de la escasez nos llevaría a una situación emocional bastante seria.   ¿Qué comeremos el día de mañana si se recrudece la crisis? ¿Cómo pagaremos la renta si perdemos el trabajo? ¿Qué vamos a hacer cuando todo esto colapse? Éstas y otras preguntas vienen a la mente de

UN CUERPO EN SERVIDUMBRE

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  “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.” (1 Corintios 9:26, 27)   Nosotros, como cristianos debemos entender que no podemos divorciar la vida física de la vida espiritual. No debemos pensar que lo que ocurre en el plano físico tiene poco qué ver sobre lo que ocurre en el plano de las cosas espirituales, y viceversa. De hecho, el Señor Jesús definió el gran mandamiento como la necesidad de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas. De esta manera nos dio a entender que debemos involucrar a todo nuestro ser para cultivar nuestra relación con él.   Pablo también entendía este concepto. Sabía que su cuerpo podía llegar a ser un problema si no lo hacía partícipe de su vida espiritual. Esto no significaba que su cuerpo era malo, sino más b

OCUPAOS EN VUESTRA SALVACIÓN

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  “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Filipenses 2:12, 13) Los Reformados en general, pero los Presbiterianos en particular, abrazamos la doctrina de la “perseverancia de los santos” con tanto ahínco que nadie puede sacarnos de la verdad que encierra: “Una vez salvo, salvo por siempre”. Esta es una gran verdad que encuentra su fundamento en las Escrituras mismas y debe seguir siendo realidad en nuestras vidas. Sin embargo, aparecen expresiones bíblicas que nos mueven para reflexionar sobre esta doctrina en particular: “Ocupaos en vuestra salvación” .   Estamos muy acostumbrados en la iglesia contemporánea a pensar en la salvación como un evento puntual de un solo momento en nuestro trayecto terrenal. Llegamos a pensar en que ya soy salvo y así pe

EL VALOR DE LA VIDA HUMANA

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  “Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien.          (Salmo 139:13-14)”   Es interesante que en nuestra relación con Dios nos percatemos de que nada puede sorprenderle y en nada podemos anticiparnos a su decreto eterno. Tenemos un Dios del “Ya”. Nada hay que podamos hacer que Él no conozca “ya” de antemano (v. 4); no hay lugar al que yo pueda ir que no esté Él “ya” allí (v. 8); hasta lo que soy lo sabe Él “ya” de antemano, incluso “ya” desde el vientre de mi madre (v. 13). Hasta este conocimiento que tenemos de su Ser Él “ya” lo tenía como anticipado. No tenemos que esforzarnos demasiado en comprender esta verdad bíblica porque “alto es, no lo puedo comprender” (v. 6) . Sin embargo, porque no lo podamos entender, no significa que no sea verdad.   La asombrosa obra del Señor en la conformación de mi ser se empezó a generar en lo secreto, mientra