¿QUÉ PIDE JEHOVÁ DE MÍ?
¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.” (Miqueas 6:6-8)
Algo así le estaba pasando al pueblo de Israel. Ellos parecen convencidos y ansiosos de obtener el favor de Dios a toda costa, pero ignoraban los medios. La respuesta de Israel demuestra cuán poco conocen y entienden cuál es el culto y el servicio que verdaderamente agrada a Dios. Ciertamente Dios les había ofrecido una relación con él y les había establecido las formas. Sin embargo, el pueblo interpretó estas formas como esfuerzos personales y creativos para ofrecer una adoración que Dios no había pedido.
Así, que el pueblo se preguntó: "¿Con qué me presentaré ante Jehová y adoraré al Dios Altísimo?" (v. 6). De manera muy clara y contundente el Señor le dice al pueblo que no desea sacrificios personales. Ellos debían recordar que Dios había instituido el sacerdocio y los sacrificios y que, de ninguna manera los está reprobando. Sin embargo, lo que Él requería y deseaba, por encima de toda observancia exterior, era la disposición interna de su corazón, lo que marca el tono general de la conducta y el carácter personal del individuo. Por eso demanda la obediencia, no en lugar del sacrificio, sino por delante del sacrificio.
Nos queda claro que el Señor no deseaba ningún tipo de sacrificio al grado incluso de traer al primogénito para presentarlo en sacrificio por el pecado de su alma. No, Dios no deseaba las acciones externas por muy piadosas que éstas pudieran ser. Él pedía solamente tres cosas: “que hagas lo correcto [justicia], que ames la compasión [misericordia] y que camines humildemente con tu Dios [humildad]” (v. 8 NTV)
En estos días también se dirige hacia cada uno de nosotros. ¿Qué puedo llevarle a Dios? ¿Qué puedo darle? Él se encuentra allá arriba, en el cielo, y yo estoy aquí abajo. ¿Cómo puedo alcanzarle? ¿Cómo voy a comunicarme con Él, cómo voy a entrar en contacto con Él? ¿Cómo puedo complacerle? ¿Cómo puedo solucionar el problema de mi relación con Dios? Pues él nos ha declarado lo que es bueno, y más vale que escuchemos con atención.
Recordemos a David en su oración de confesión ante el Señor:
“Porque no quieres sacrificio, que yo
lo daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” (Sal. 51:16,17)
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