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Mostrando entradas de junio, 2020

LA DIRECCIÓN PERFECTA DE NUESTRO DIOS

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  “Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día.” (Salmo 25:4, 5) Conforme pasan los días y los meses de esta contingencia que ya dejó su estatus de cuarentena para ser una especie de “noventena”, pues ya llevamos 90 días en casa -más las publicaciones en redes sociales, noticieros y conversaciones virtuales que pretenden dar dirección a una vida de “nueva normalidad” con consejos de todo tipo- la Palabra de Dios corre el riesgo de dejar de ser relevante para el pensamiento posmoderno ávido de información, y crédulo a toda clase de corrientes modernas que dirijan su vida y pensamiento. No debemos dejar que el mundo informativo, lleno de filosofías humanistas o de pensamientos positivistas, nos guíen a lo largo de esta vida de afanes para tranquilidad de nuestra alma cansada y, en muchos casos, casi derrotada. A cada momento debemos regresar a las Escrituras de d

UNA MARCHA FUERA DE LO COMÚN

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“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.” (1 Corintios 6:9)   No hay peor tragedia, ni peor mal en nuestros tiempos que lo que estamos viviendo como país en estos días. No sólo estamos ante un enemigo invisible, pero letal como lo es el coronavirus, sino que ahora de manera furtiva y descarada; asomada como una especie de Hidra de Lerna que, según la mitología griega era una serpiente acuática de gran tamaño, de aliento venenoso y múltiples cabezas, llega con toda libertad la llamada comunidad LGBTTTI+ para llevar a cabo su marcha del orgullo gay. Nos hemos dado cuenta de que hemos perdido la capacidad del asombro y esto ha traído como consecuencia que extendamos el límite de la tolerancia. Es decir, que en la medida que dejemo

EL PAN DE VIDA

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  “Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.” (Juan 6:35) Damos gracias al Señor de que en estos tiempos no nos ha faltado el alimento en casa. Tener el pan dispuesto para nosotros todos los días es de vital importancia; nos nutre, nos da energía, nos mantiene vivos, ¡qué haríamos sin ese pan tan necesario! De seguro moriríamos de inanición. No hay duda, el pan diario nos mantiene activos y presentes. El pan es un elemento de primera necesidad que no puede ser sustituido por nada, es el primer motivador de una persona porque con hambre no se puede hacer ninguna cosa. Vivimos en un mundo que tiene el pan material para satisfacer su hambre y mantenerlo vivo. Normalmente buscamos al Señor sólo para satisfacer esa necesidad que nuestro cuerpo tiene del alimento. Las personas que seguían a Jesús eso hacían. Es por eso que el Señor les dijo: “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto

LA LUZ DEL MUNDO

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  “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan  8:12)   Existen personas que viven encarceladas en una especie de oscuridad impenetrable. Es posible que estén siendo derrotados por algún vicio, por alguna sensación de ansiedad o desesperación, por una mente impura llena de pensamientos impropios, o por temores infundados por los aconteceres del mudo que espantan cada vez más. La oscuridad produce desorientación, confusión, temor, tropiezos. No cabe duda, el pecado oscurece nuestro corazón y nos atrapa como en una red de desolación.   Así es, querido hermano. Y es posible que usted, que está leyendo este escrito, esté pasando por alguna situación como las aquí descritas. Quizá se ha sumado al dicho popular que dice: “No veo la luz al final del túnel” y eso le hunda más en lo que las Escrituras llaman “el pozo de la desesperación, del lodo cenagoso” (Sal. 40:2) . Este tipo de situaciones no nos dejan ver más allá d

¿QUÉ PIDE JEHOVÁ DE MÍ?

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  ¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.” (Miqueas 6:6-8)   En el paso de los días se habrá preguntado en algún momento ¿Qué le pasa a Dios? Pareciera como si sintiera desagrado hacia nosotros. Aún en medio de esta increíble pandemia nos estamos empeñando en cumplir con los cultos y las actividades que nos son posibles y a la distancia. Hemos invertido recursos para actualizarnos en lo mejor de la tecnología y hemos implementado maneras creativas para transmitir nuestros cultos como verdaderos profesionales. Estamos obedeciendo las formalidades externas requeridas con la única intención

¡SOMÉTANSE!

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“Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios…” (1 Pedro 2:1-15ª)   Ayer, en la conferencia de la Secretaría de Salud, escuché con tristeza que gran parte de la población no está acatando la disposición de las autoridades de mantener lo que han llamado la “Sana distancia” argumentando que no se pueden violentar sus “derechos humanos”. Lo peor es que dentro de esta población hay muchos cristianos desobedientes y reacios en el cumplimiento de esta indicación. La pregunta es ¿qué está pasando entre los ciudadanos del reino que actúan con displicencia? ¿Será que no saben lo que manda el Señor en su palabra? Es por esto que creo oportuna esta reflexión. La expresión “someterse”, que menciona Pedro significa literalmente “clasificarse debajo” del rango que tiene otro. Entonces, el creyente ha de recon

LA PALABRA QUE SALE DE LA BOCA DEL SEÑOR

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  “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” (Isaías 55:10, 11)   Recuerdo con claridad la crisis que trajo el virus A (H1N1) en 2009. Yo estaba en la iglesia Alfa y Omega de Playa del Carmen, Quintana Roo y fue la primera vez que tuve que enfrentar una pandemia de estas características. La iglesia se movió con rapidez y un gran sentido cristiano para ayudar a la población que se quedaba sin trabajo y en la indefensión total. Ancianos, adultos, jóvenes e incluso niños nos sumamos cada día al trabajo de tres semanas para preparar desayunos a la comunidad. En tres semanas dimos más de 3000 desayunos. La iglesia estaba exhausta, pero satisfecha con la única recompensa del “gozo del deber cumplido” (Mat. 25

EL PEOR EVENTO, EL MEJOR MOMENTO

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“Busqué a Jehová, y el me oyó, y me libró de todos mis temores” (Salmo 34:4) Cada año que pasa estamos experimentando tragedia tras tragedia, si no es una pandemia es un terremoto, una inundación o un secuestro. En otros casos pudieran ser la pérdida del empleo, la crisis económica o la muerte de un ser amado. En otro orden están la depresión, la ansiedad y los ataques de pánico. Una vez que nos llega una o varias de estas situaciones sentimos que nada puede ir peor. Decae nuestro ánimo y, en ocasiones, nuestra fe se ve disminuida. Esto pasa casi todo el tiempo y parece que las crisis y las circunstancias adversas seguirán apareciendo y no vemos cómo puedan detenerse. Ahora la iglesia militante y visible está ante una situación que cada año va de mal en peor. Las amenazas pandémicas de un virus entrometido que afectó la economía de nuestras familias, los terremotos que no anuncian su llegada pero que sorprender dejando grandes daños, la noticia de que a un conocido le ha as

ES DIOS NUESTRO REFUGIO

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“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; Aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza.” (Salmo 46:1, 2) Las calamidades de nuestro tiempo están viniendo una tras otra. Todavía no terminamos de acostumbrarnos a la nueva vida en cuarentena, cuando nos sorprende un temblor que nos recuerda nuestra vulnerabilidad e incapacidad para enfrentar las fuerzas de la naturaleza. Esta pandemia nos encierra en casa, mientras que el temblor nos saca de casa. Esperemos que no venga otra calamidad y nos sacuda de tal manera que ya no nos quede más que mirar hacia arriba con cierta necesidad de ayuda divina, pidiendo auxilio en medio de más tribulaciones. Pero ¡espere un momento! ¡Ese tiempo ha llegado! Justo el día de ayer, por la mañana, nos sorprendió un temblor que no sólo movió la tierra, sino que nos hizo

¿QUÉ PIDE JEHOVÁ DE MÍ?

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¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.” (Miqueas 6:6-8) En el paso de los días se habrá preguntado en algún momento ¿Qué le pasa a Dios? Pareciera como si sintiera desagrado hacia nosotros. Aún en medio de esta increíble pandemia nos estamos empeñando en cumplir con los cultos y las actividades que nos son posibles y a la distancia. Hemos invertido recursos para actualizarnos en lo mejor de la tecnología y hemos implementado maneras creativas para transmitir nuestros cultos como verdaderos profesionales. Estamos obedeciendo las formalidades externas requeridas con la única intención

EL FUERTE QUE SOPORTA AL DÉBIL

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“Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación.” (Romanos 15:1, 2) Si le preguntáramos a los hermanos de nuestra iglesia quiénes se consideran fuertes en la fe, quizá nos sorprendería que la gran mayoría dijera que lo son. Casi nadie diría algo como: ¡No hermano, yo en verdad soy débil! Una respuesta de esta naturaleza nos deja vulnerables y podríamos ser juzgados como poco espirituales y de un nivel espiritual inferior. Además, perderíamos la oportunidad de tomar alguna responsabilidad dentro de la iglesia por nuestra declarada “debilidad”, y experimentaríamos el alejamiento de los que forman parte del “primer equipo” de la iglesia. El fuerte se encumbra en su trono de superioridad, y el débil se inhibe y esconde en la miseria de su inferioridad ¡Qué escenario! Sin embargo, debemos atender con solicitud el exhorto que el apóstol P